Alqueva 2002: Un pueblo desaparece

Están de inventario, casa por casa. A continuación, EDIA – la empresa promotora del pantano – mandará sus camiones de mudanza. Llevarán los 400 habitantes del pueblo con todos sus enseres a otro pueblo, uno de «recambio» que la compañía ha levantado por 40 millones de euros. Se llama Nova Luz – «Nueva Luz». Un nombre que quiere inspirar esperanza y recordar al actual pueblo, la Aldeia da Luz.

Marco Ignacio Frie no se lo puede creer. «Nací aquí, mis padres también, mis abuelos, vamos, todo el mundo.» Aun les puede enseñar a sus nietos que lo visitan cada de fin de semana, dónde iba a la escuela, donde recibió su primera comunión, dónde se dirigió por primera vez a la abuela y dónde celebraron la boda. Aun puede llevarles al edificio donde se izó la bandera roja, cuando unos oficiales jóvenes del ejercito vencieron la dictatura aquel 25 de abril de 1974, y Frie, que conducía el tractor para un terrateniente, de repente se convertió en el «camarada conductor del tractor» en una cooperativa.

Otros lugares llenos de recuerdos ya han desaparecido por completo. Los molinos en el río donde antiguamente se molía el trigo han dado paso a una gravera. Con la grava se está construyendo una carretera, porque la vieja se hundirá en las aguas. Las ruinas de un castillo romano, en el que Frie jugaba con sus amigos durante la infancia, fue enterrado bajo bolsas de arena para que el agua no le hiciese demasiado daño. Los olivos centenarios, donde jugaba de niño y más tarde – de jóven – trabajaba, han sido cortados, para que no se pudran en el agua. Más de uno no podía emplear el hacha contra sus arboles. Los han desenterrado con la esperanza que vuelvan a echar raices arriba en Nova Luz.

En realidad, los de Aldeia da Luz siempre sabían que este día podía llegar. Ya en los años 50, en los tiempos del dictador Salazar, había planes para una presa. La ejecución se aplazaba una y otra vez por falta de dinero. Hasta el 1995. De repente sí había fondos – gracias a la ayuda de la Unión Europea (UE). «Crítica? No, ninguna», dice Frie. «Es que el agua promoverá la pobre región, el Alentejo. ¿Quién podría estar en contra de esto?» Pero triste, sí triste es. «Me hubiera gustado estar el resto de mi vida aquí», dice el anciano.

Marco Igancio Frie observa dos autocares llenos de niños en edad escolar, que se alejan. Desde hace meses vienen estudiantes y turistas a ver la localidad. Improvisados señales los llevan a las principales atracciones del pueblo. Sobre todo los fines de semana desfilan largas colas de forasteros por la iglesia del siglo XV, por la plaza de toros, por las ruinas romanas, por la escuela y por supuesto por el río Guadiana. Cámara y video en mano. El acceso al centro del pueblo está restringido. Sólo los lugareños pueden pasar. Así pueden decir adíos en traquilidad y paz en la plaza del pueblo.

«Habrá dos mudanzas,» dice Susanna Monteiro. «En primer lugar vamos a abrir las tumbas y llevar los restos al cementerio de Nova Luz. A continuación se mudará la gente.» La mujer de unos 30 años es psicóloga al servicio de EDIA. Lleva un abrigo hippie con cuello de cuero vuelto, botas negras y joyería gruesa de plata. Durante su trabajo para EDIA vive en la ciudad vecina, Mourao. Su tarea: «Quitarles el miedo a lo nuevo. Organizamos visitas a las casas nuevas. La gente necesita estabelecer un vínculo emocional con Nova Luz.»

Susanna Monteiro lleva a los residentes de Aldeia da Luz en pequeños grupos a sus nuevos hogares. Juntos hacen planes: Aquí va la cama, allí el armario de la sala de estar. Marco Ignacio Frie y su esposa ya visitaron el nuevo apartamento. No es más grande que la actual, pero más moderno. Los vecinos serán los mismos que en Aldeia da Luz. Después de la mudanza todos vendrán una última vez. «Para decir adiós a Aldeia da Luz», dice la psicóloga. A continuación las maquinas planearán todo el pueblo – forma parte del concepto de Monteiro: «Es mejor. Así no reaparecen las casas cuando hay poco agua en el pantanao.»

«¿No es fácil acostumbrarse a lo nuevo. Nova Luz se parece más a un barrio que a un pueblo», dice Gina Guerra. «Aquí todo se ha hecho con el tiempo.» Las paredes torcidas, las calles estrechas y llenas de recobecos, los ladrillo y las piedras naturales errosionados por el tiempo. Todo ha crecido al ritmo de la vida – una ventana adicional, la imperfección – eso es el pueblo que aman.

En Nova Luz todo es diferente: Las calles han sido planificadas en el tablero, son de doble anchura para que los coches pasen sin dificultad. Cada casa tiene la misma puerta, las mismas ventanas los suelos de baldosas fácil de limpiar son muy parecidos. TV por cable y gas ciudad proporcionan comodidad que hasta ahora nadie echaba en falta. La plaza de toros y el campo de deportes son mucho más grandes que en el antiguo pueblo. La iglesia se reconstruyó según los planes originales del siglo XV con los mismos materiales. Trajeron los frescos, las puertas, los bancos y los altares de la antigua iglesia. Los trabajadores están con los últimos retoques. Por todos los lados huele a pintura y cemento. La mayoría de las casas están cerradas. Pero los futuros residentes ya tienen las llaves.

Para Gina Guerra quiere mirar hacia adelante. «Nova Luz es una nueva esperanza», repite la frase que está estampado en los carteles publicitarios de EDIA, y añade: «La agricultura de riego va a experimentar un auge sin precedentes. El pantano traerá mucho trabajo. El agua va a atraer a los turistas.»

Hay pocas voces discrepantes. «El Alentejo siempre ha sido olvidado. Así que es normal que las personas esperen que el gigantesco proyecto cambie sus vidas», dice José Paulo Martins, presidente del grupo ecologista portuguesa Quercus. Para el ni la presa ni la agricultura de riego son sostenibles. «La tendencia en la UE es otra: Nos estamos alejando de la agricultura intensiva.» Además la supresión de la ayuda europea a la región es inminente. Ve el plan de 200.000 hectáreas de regadío demasiado ambicioso en tiempos de la globalización. Y encima el agua de Alqueva saldrá dos veces más caro que en otras áreas de riego del país.

Martins tampoco cree que llegue el turismo. «Portugal tiene 800 km de costa. En ningún otro pantano hay actividad turistica significativa. ¿Por qué aquí?» pregunta el ecologista. Pero a la gente en la región no les convencen estos argumentos. Insultan a Martins y los suyos como «traidores de la región del Alentejo.»

Tampoco Gina Guerra quiere oír las críticas. Se dedica a la memoria colectiva a lo que puede ser rescatado de lo antiguo. Junto con sus colegas ha recogido muebles, vajillas, ropa, herramientas agrícolas y algunas fotos. Hasta ahora esta colección estaba albergada en una pequeña casa en el centro del pueblo.

En Nova Luz Gina Guerra tendrá un nuevo lugar de trabajo. EDIA ha contratado un historiador para que le ayude a recopilar la historia y las historias del pueblo. Van a preparar una exposición permanente en el nuevo museo municipal. Estará justo al lado del cementerio de Nova Luz.